sábado, 22 de enero de 2011

Leído y llorado

Leyó por costumbre, con los ojos pero no con la mirada, ambos mensajes, el que avisa que hay un chaleco salvavidas debajo del asiento y el que recomienda mantener abrochado el cinturón durante el vuelo. Los había leído tantas veces que su cerebro registraba su significado en un lugar inaccesible a su conscienca. No obstante, en ese lugar inaccesible, dominado sin duda por neuronas que no pudieron encontrar un mejor empleo, al recibir las frases las metieron a la trituradora con cierta indolencia burocrática. Las palabras saltaron, hicieron ruido y se disolvieron dentro de la trituradora, excepto dos de ellas, la primera de cada oración (Lifevest y Fasten) que, por ser las últimas en entrar en el hueco de las aspas, en vez de caer al desprenderse de las otras salieron volando por la ventana de aquel recinto y cayeron dentro del cubo de los recuerdos imprecisos sin que nadie lo hubiese notado. De allí, alguien las tomó y trató de ponerlas a salvo del olvido. Como es lógico suponer, la mujer notó de pronto esas palabras, que le parecían hermosos recuerdos de una vida casi enteramente olvidada, las dijo en voz alta, mejor dicho, en un tierno susurro, como tratando de recordar su significado con el corazón:  Lifevest... Fasten... y cuando pronunció esta última,  no pudo evitar soltar un par de lágrimas sin lograr comprender aquello que le estaba ocurriendo.

¿Qué voy a contarte?

¿Qué voy a contarte que no sepas ya de antemano? Ya sabes cuál es mi tema. Esos números de metal, la estación, los arcos, la cafetería repleta de obreras de la maquiladora. La noche colgándose del tintineo apagado de los vasos contra las esterillas de papel rosa de las mesas...

Los lunes, los andenes están despejados, no encuentras al compasionario con su libreta de tapas negras junto al registro de visitantes y proveedores y entonces, ante tal ausencia, yo voy, por decirlo de algún modo, feliz, dichoso, haciendo mi recorrido, como patinando en una pista de hielo.

En los altavoces ponen música de los Rolling Stones. Cuando estoy en la cabina reclino el respaldo hacia atrás y me calo la gorra. Aquella ociosidad es importante, al menos para mí...Nunca me he quedado dormido.

Siempre pienso en el recorrido que hacen los enamorados, aunque también he visto que se suben a los carros señoras y señores, jóvenes solos. Cuando entro siempre voy pensando en el resplandor del sol cuando uno sale del tunel y oye las risas de las personas. ¡Qué alegría!

domingo, 20 de diciembre de 2009

Teatralidad

El motor de un aeroplano
siempre suena (a su modo y en su género)
muy musical: una nota prolongada,
con "dramatismo" sobre nuestras cabezas
cuando se acerca a las gradas.

Los que hemos sido amantados
por una madre que no se apartaba
ni por un instante del televisor
sentimos que el aeroplano
está a punto de soltar una bomba
sobre una ciudad pintada
en blanco y negro ¿o no?

La exposición

Aquel fin de semana Hilda y yo fuimos a ver
el departamento de exhibición.
La demostradora parecía un robot japonés,
cordial, amable, respetuosa, avispada,
fruto de jóvenes cerebros que se habían
asegurado de dar a la semilla el mejor abono:
entrenamiento en el arte de la asepsia.

Nos explicaba dimensiones, materiales,
posibilidades y costos sin hacernos sentir
ignorantes o secundarios, más que un lugar
donde vivir nos estaba vendiendo un adminículo,
pero de pronto, en medio del blanco salón
dejó caer una mancha: la palabra guillotina,
que de inmediato nos llamó la atención.

Las ventanas son de guillontina, dijo.
No pudimos pensar en otra cosa en todo el día,
la idea de comprar un departamento
con ventanas de guillotina
nos incomodaba infantilmente,
nos hacía sentir culpables, irresponsables,
ignorantes, secundarios, peligrosos.

Las fotos en la mesita del recibidor

En esta fotografía estamos Richard Trevithick,
George Stephenson y yo, estoy seguro
De que alguien nos mira desde aquella ventana
Escondido detrás de las cortinas.

Dedica un momento a estudiar nuestras miradas,
Es como si un hilo invisible hubiese mantenido
Atadas entre sí nuestras historias: los tres nacimos
En una región minera, trabajábamos desde pequeños.

Odiábamos el carbón, nuestros amigos
Nos abrazaban sudando y con el rostro tinto
De brea y maldiciones juveniles tiradas
En el vaso donde se secaba la ropa por la noche.

En esta otra fotografía tenemos nuestros uniformes,
También fuimos soldados, de bajo rango.
En esta otra estamos todos un domingo a bordo
del famoso Rocket que alcanzaba los 40km/h.

lunes, 30 de noviembre de 2009

El árbol de navidad de don Igor de Abati

Don Igor de Abati era nuestro vecino, vivía en la planta baja del edificio, frente al departamento de la portería. Los dueños lo dejaron instalarse allí porque usaba silla de ruedas. En aquel tiempo la ley no demandaba acondicionar los edificios como ahora para garantizar el acceso a los pisos altos en en silla de ruedas, por lo que difícílmente don Igor de Abati iba a ser alojado igual que cualquier otro inquilino en un piso superior al de la entrada. Lo que sí prohibía terminantemente el reglamento de bomberos del municipio era rentar a personas en sillas de ruedas los departamentos contiguos al cuarto de la caldera. Así que los dueños tenían más bien en la clandestinidad a don Igor, para no entrar en gastos mandando reparar el elevador de servicios, le ofrecieron quedarse allí abajo por media renta y se la congelaron.

Era un vecino muy amable. No recuerdo muchos detalles de su personalidad porque, como es de entenderse, no salía mucho ni frecuentaba a los vecinos. Por lo demás, nosotros en aquel tiempo tampoco nos juntábamos con nadie. En cuanto se corrió por el vencindario la noticia de que a un tío nuestro lo habían encarcelado por fraude bancario, los vecinos, como si hubiesen sido familiares de los banqueros defraudados, nos retiraron su amistad. Se corría el rumor de que don Igor padecía algunas manías relacionadas con el orden, la simetría, el equilibrio y la previsión. Yo no comparto tal hipótesis. Sí, puede que haya sido un hombre ordenado y precavido pero no a causa de un desorden obsesivo-compulsivo sino a causa de que vivía solo y en una silla de ruedas. En esas circunstancias cualquiera encuentra placenteramente efectiva la planeación. Don Igor murió a los pocos años de haber llegado. Al poco tiempo de su muerte comenzamos a conocer algunas bondades de su manía previsora: dejó pagados dos años de renta, su testamento estaba en orden, había finiquitado sus propios servicios funerarios e incluso (y esto es lo que quería contarles) había pagado por adelantado el envío de sus árboles navideños. No sabemos por cuántos años, lo que sí sabemos es que los pagó a una firma alemana que los importa, los trae del aeropuerto y los bota aquí, en la esquina que da al callejón, junto al departamento donde él vivió. Los primeros años que sucedió esto muy pocos nos dimos cuenta. Algún vivo se los robaba. Pero en cuanto se supo de esto, la junta de condóminos decidió quedarse cada año con el árbol. Es justamente ése, el de allá. El barrio coopera de forma espontánea trayéndonos adornos. El edificio sólo costea el servicio de energía eléctrica que consumen las bombillas. ¿No es hermosa la herencia de don Igor de Abati?

La madrugada

«Ésta es tu casa, Isidro, no necesitas pedir permiso para hacer y deshacer, ya conoces las reglas, mis amistades son mis amistades, agarra lo que quieras. No necesitas consultar a nadie, ni a mí ni a Diego, nomás eso faltaba, ya lo sabes». Ya lo sé. En sus circunloquios noté lo ebria que estaba. Pero yo me refería a tu teléfono celular. «También está allí, en la recámara, junto al otro. Cierra la puerta para que no te molestemos, con lo alto que está la música no te vamos a dejar oír, además, quién sabe, a lo mejor necesitas hablar sin que se escuche que estás aquí, mira que hacer una llamada a estas horas: o se trata de una mujer o de un asunto menos importante pero igual de urgente». No, no, no. Nada de eso, le dije sonriendo, voy a llamar a casa para decirle a Tere que voy para allá, que me empareje la puerta. «¿No traes llave?» No. «¿Por?» Ya te contaré. «¿Y no irás a despertar a tu familia por tan poco?» No lo creo, Tere tiene el sueño ligero, contestará luego luego, además puede que Paola y Marilú anden todavía levantadas a estas horas: una está en exámenes finales y la otra no puede dormir desde hace días con tanto trabajo que hay en su oficina. «¿Sigue en Rocco?» Sí, según me cuenta, les están haciendo auditoría y se les junta con las prisas de que quieren sacar un nuevo perfume y tienen que diseñar el lanzamiento desde cero. Todo un show, luego te cuento. Por mis indiscreciones y explicaciones notó lo ebrio que me encontraba. No dijo más, asintió con una sonrisa muerta, palmeándome el pecho. Bajó las escaleras. Cerré la puerta. Noté que nunca antes había estado en esa habitación (obviamente), y que Ivón nunca antes se había permitido la confianza de tocarme.